jueves, 29 de diciembre de 2016

Jerarquía y Antijerarquía



En 2010 escribí sobre algo muy claro y presente en la sociedad desde hace muchos siglos, tan cimentado que realmente no hay oposición a ello, ni siquiera por parte de quienes se ocupan de mantener algo de justicia social, pues muchas veces su dedicación sólo se resuelve maquillando al gran dominio que les dosifica el sustento: la jerarquía.
En muchos aspectos de las relaciones sociales se ha observado y cuestionado los principios de superioridad-inferioridad que sostienen a las jerarquías: las dinámicas entre patrones-empleados, hombres-mujeres, adultos-niños, ciencia-saber, educado-ignorante, ciudad-campo, rico-pobre, señoríos-sirvientes, civilización-naturaleza, entre muchas otras, pero estas situaciones particulares mantienen, unas con más fuerzas que otras, el sistema de jerarquías.
Las personas lo saben y al mismo tiempo reniegan de ello, o buscan al menos combatir alguna de las formas de jerarquía mencionadas, con lo cual pueden sentir cierto alivio o dignidad mientras sufren y sostienen todas las demás formas de jerarquía, es decir, en su totalidad.
La explicación al respecto es sumamente sencilla, sólo se necesitan unas cuantas páginas para ello; en realidad lo complejo resulta hasta hoy liberarse de las jerarquías. Finalizando el 2016, compilo los escritos sobre el tema, donde primero se ubicará su forma de establecerse como práctica común humana, para después observar los resultados de una sociedad jerárquica.


Jerarquía

La superioridad-inferioridad es uno de los principales parámetros de la jerarquía, pero no siempre usará esta dualidad para explicarse o manifestarse, sino una serie de argumentos adecuados a las distintas situaciones donde se hace presente, a fin de “aclarar” el por qué se realiza una u otra jerarquización
Una sociedad jerárquica es la que hace de la desigualdad algo común y cotidiano. También, una sociedad jerárquica es la que mantiene a un escaso número de personas dentro de una distinción u honorabilidad que les permite enriquecerse a través del trabajo o la miseria de millones de personas. Lo señalado en estos dos párrafos, sin más preámbulo, define a las sociedades jerárquicas en este escrito.


Jerarquía y saberes

Para que la jerarquía sea aceptada por la sociedad, debe estar presente como algo inconfundible e inamovible. Debe ser algo con lo que el ser humano se deba encontrar todos los días y lo sienta como propio del orden social. Que en ningún momento surja aversión a la desigualdad que impone la jerarquía, y si llega a sentirlo, pronto se reconozca rodeado de impedimentos (o razones certeras de la necesidad de jerarquías) y se resigne a buscar formas de evadir su malestar.
Jerarquía inamovible, por la imposibilidad de transformarse en otra circunstancia, sea con base a leyes destinadas a resguardar las ventajas y beneficios jerárquicos, o con base a frases que cotidianamente repiten los tolerantes de la desigualdad, frases como “así es”, “no va a cambiar”, “así ha sido siempre”, que tanto pueden rezar los jerarcas enriquecidos por el trabajo de millones, como bien lo pueden decir, casi con la misma fe, estas millones de personas acostumbradas a ello.
¿Dónde comienza a ser inculcado el incuestionable sistema jerárquico? En la escuela, sea pública o privada, pero en este escrito nos interesamos más por la llamada educación pública, aunque en ambos formatos la educación distribuida por niveles, grados o calificaciones es casi idéntica.
En la escuela, nos enseñan que educación es cumplir con un esquema de niveles o grados de aprendizaje y como alumnos recorremos los programas de estudios que integran conocimientos básicos, para aplicarlos en esa etapa y en los siguientes niveles que exigirán distintas formas (quizá más complejas) en la comprensión y aplicación del conocimiento.
 En la educación de escuela, hay un momento en el que se dice haber llegado a estudios superiores, entendiendo éstos como estar en uno de los niveles más altos del conocimiento, idea que resulta sin embargo, ilusoria y sobreestimada.
Primero, por la idea de pasar antes por estudios “generales” para alcanzar cada vez más formas de conocimiento, siendo que es durante los años de primaria, donde existen mayores opciones de conocer distintas ciencias que en los mismos estudios superiores, lo cual implica estar en un ámbito más abierto a posibilidades de conocimiento.
Al contrario, en lo superior, los conocimientos se segmentan, se reducen a conglomerar lo más posible de elementos en una sola disciplina, y a emplear nociones de otras para revalidar o complementar a la propia. Esto con el fin de especializarnos pues en cada uno de los campos del conocimiento hay amplia diversidad de perspectivas para entenderlas y aplicarlas, pero la especialización hace que cada quién, dentro de su disciplina, tienda a reducirse a ella. 
Podemos pensar que se resuelve con la llamada interdisciplina, que si bien es cierto que de ella surgen y se validan hasta hoy, nuevas ramas del conocimiento, en más de las veces emplea sólo productos de los discursos académicos académicos y muy poco a la práctica colectiva y presencial de quienes viven y conocen los saberes: las personas en cotidianidad.
En la variedad de saberes de los primeros años de estudio tal vez no encontremos el carácter especializado de un conocimiento universitario, pero la especialización no necesariamente es un conocimiento superior, aunque el atractivo de encontrarse en esa posición jerárquica así lo afirma pues pretende otorgar estatus o mayor posición a quienes llegan a “altos niveles”.
Ciertamente, de nada sirve el estatus de doctorado a quien no se encuentre en una institución que avale o pague su salario “merecido” por determinado nivel de estudios. Las instituciones públicas o privadas, son verdaderos protectores no sólo del beneficio de sus agremiados, sino que también estos beneficios sean en todo momento jerárquicos, el esquema permanente.
Esta estructuración educativa de superación en niveles o jerarquías, es un esquema que establece una asimilación de la jerarquización social, con lo cual dirigir a las personas a aceptar tal sistema como algo normal, válido, común, una realidad necesaria que define quiénes son los que saben ante quiénes no, o quiénes saben más ante quiénes menos, para posteriormente definir quiénes merecen más y quiénes merecen menos.
No es casualidad que decir “ir a la escuela” se diga también “ir a clases”. Ahí es donde serás clasificados por cifras y grados jerárquicos, al tiempo que aprendes a ubicar y reconocer personas y grupos humanos a partir, también, de cifras, grados y por consiguiente, posiciones sociales y beneficios jerárquicos.
La posibilidad de adquirir conocimientos, aplicarlos y promoverlos tiene más bases que los avalados por instituciones y jerarquías, desde donde más bien su repercusión en el conocimiento y la práctica, consiste en continuar la asimilación y mantenimiento de la desigualdad social entre semejantes. 
No verás a docentes, ciertamente, buscando que los salarios institucionales sean los mismos para todos quienes laboran en sus instituciones, y tampoco los verás realizando acciones contra los salarios jerárquicos, pues ellos también desean tener o mantener mayores beneficios según su posición.
Quizás evoquen y defiendan causas como el mejorar condiciones laborales o ampliar el alcance de los servicios públicos, pero nunca objetarán  que sus superiores estén cobrando mucho más que los demás trabajadores, porque la jerarquía educativa así les ha enseñado a respetar la desigualdad, a vivir en la superioridad-inferioridad, y también esperan algún día ser quienes obtengan más beneficios por su posición en la jerarquía.
Ese es el saber fundamental que instituye la educación jerárquica: el darle a los rangos un sentido de conocimiento o situación elevada (como los estudios superiores) ante lo inferior (estudios primarios-secundarios), además de asimilar en cifras la superioridad de una inteligencia ante otra: quienes reciben mayor calificación, es porque sus méritos le llevan a ello, pero el mérito en sí, es obedecer las indicaciones de los superiores. Ése es el saber fundamental de la jerarquía.
Es un engaño muy sencillo, pues da lo mismo el nivel de estudios donde estés si no se aplica la estrategia educativa que libere la curiosidad de conocer, entender, saber y practicar. Sin ello, se hace de cualquier nivel una simple categoría con licencia. He escuchado a universitarios preguntarle a un muchacho de 16 años en qué carrera está, pues él les habló con mucho conocimiento sobre temas sociales, y éste les ha aclarado que es de preparatoria. No es que los otros se avocaron a saberes completamente diferentes: todos venían de una rama de ciencias sociales.
 


Jerarquía en la educación pública

En el 2010, para mantenerse en alguna universidad pública, en algunos estados es requisito pagar anualmente desde setecientos pesos o hasta más dependiendo de la Facultad a la que te inscribas, y también se paga por dos o hasta cuatro transportes en total al día para ir y venir de la escuela, además de pagar el costo de los materiales de estudio que regularmente se necesitan.
Todo ello es insostenible para una gran cantidad de personas que busquen ingresar a la universidad, pues incluso los que desean estudiar y realizar labores para sostener sus estudios, tendrían que dejar su empleo para asistir a los horarios de escuela, y la becas dirigidas a estudiantes también muchas veces piden como requisito que el estudiante no trabaje, lo cual de nuevo complica la opción de estudiar y trabajar al mismo tiempo. 
Vemos que desde tal caso se contradice el concepto de educación pública, pues gran parte de la población no podrá participar en ella, pues dentro de una lógica de orden jerárquico, muchos carecen de los requerimientos económicos para acceder a ese derecho a la educación que cada vez parece más un privilegio. Sin embargo, al seguir siendo universidad pública, continúa recibiendo recursos federales y estatales, no en miles, sino en millones de pesos que vienen del pago de impuestos de la ciudadanía.
Si hay millones en recursos federales y estatales ¿por qué existen las cuotas de inscripción en buena parte de los estados mexicanos? Mucho se justificará en lo que se emplea en las aulas: pizarrones, sillas, mesas, computadoras, libros y demás, pero la inversión más constante siempre es destinada a salarios que también se distribuyen por jerarquías.
En los edificios administrativos de las universidades públicas es donde se cobran los primeros y más altos salarios. Un rector de universidad cobra mensualmente cerca de ochenta mil pesos, sin contar los viáticos, y también están los salarios mensuales que reciben cada uno de los encargados de las secciones administrativas, salarios que oscilan entre los cuarenta y cincuenta mil pesos mensuales, dependiendo de la posición jerárquica que ocupen. 
Dicen recibir esas cantidades debido a la “responsabilidad” de su cargo, mas sin embargo, las responsabilidades dentro de una institución siempre son distribuidas en distintas áreas, por lo cual el peso no recae más sobre unos que sobre otros, y en sí, todas las áreas tienen responsabilidades importantes que cumplir.
Si vamos hacia cada Facultad, los directores también reciben un salario que llega a treinta mil pesos mensuales, los maestros un poco menos, pero cabe señalar que sus salarios varían dependiendo de en cuál Facultad trabajen. De tal forma, la universidad pública que abrió sus puertas para que la población accediera al conocimiento, se encuentra dirigida con más afán de ser partícipe en dar continuidad a jerarquías que mantienen la desigualdad, y así lograr que socialmente se acepte dicho rumbo como si fuera ley suprema, siendo esto lo representativo de su repercusión social. 
Aunque sea complejo cambiar que la educación se distribuya por grados, momentos y niveles, ello no significa que el saber sea motivo para subsidiar privilegios en jerarquías, porque los recursos asignados a la educación pública son para posibilitar el aprendizaje y la enseñanza, lejos de exclusiones que interrumpen la voluntad de compartir el saber.
Para la mayoría de la gente, la repercusión social nunca será recibir las sumas millonarias de la alta jerarquía científica, partidista o institucional, quienes cuando hablan de repercusión social, no dicen que ésta consiste también en la distribución económica tan conveniente que se reparten dentro de las instituciones públicas, todo un beneficio que tanto los más honestos científicos como los más corruptos partidistas (o viceversa), muy difícilmente decidirán cambiarlo
Todos quienes pagamos impuestos somos parte de esta distribución insensata, pero se  mantiene silencio y casi nada de oposición a este repartimiento jerárquico recursos públicos, dando continuidad y respeto a todo lo que representa. Cuando le preguntas a alguien sobre el por qué de esta distribución, pueden decir que “todos los que están ahí metidos son rapiñas”, “ellos son los que manejan el dinero”, pero el más extraño razonamiento me parece: “porque ellos ya estudiaron más”.
Una persona de intendencia en la universidad fue quien me respondió “porque ellos ya estudiaron más”. Es porque se piensa, según la educación, que al tener él menos estudios y el otro tener más, entonces él ciertamente merece cobrar menos, y al mismo tiempo, un rector o director, debe cobrar más. Nada más falso que esta historia muy clara y aceptada donde el saber es para enriquecerse, o la ciencia para mantener y obtener beneficios en jerarquía.
Las instituciones en todo momento continúan avalando estas falsedades y desigualdades, siendo su argumento “el nivel de estudios” o el “cargo” cuando en realidad se encuentran avalando y protegiendo su posición jerárquica. No hallo tanta diferencia entre este caso educativo con aquellas instancias de objetivos distintos al saber, y en sí, el observar cotidianamente que la desigualdad también está al interior de los muros del saber, repercute mucho más en la asimilación de la jerarquía que la jerarquía reproducida en otras instituciones.
Para este caso de la administración de los recursos públicos, quienes pagan impuestos tienen la palabra decisiva, entre si los jerarcas siguen cobrando según su ciencia, o si entran en juego criterios más amplios y equitativos sobre la administración de recursos: serán destinados para el beneficio de los “altos” cargos públicos o para el beneficio equitativo de la sociedad.


Jerarquía asesina

Desde hace mucho, los supremos jerarcas protegidos por supersticiones, dogmas, leyes y militares, han sometido a capricho a sociedades enteras. Si cuando eran reyes, enviaban a los soldados a asesinar a otros pueblos, ahora que se les llama presidentes, se dedican a enviar a los soldados, paramilitares, sicarios y todo tipo de gente armada, para someter a los pueblos que se proclaman autónomos dentro de un país, o que se organizan para defender lo que les es propio.
Por supuesto, si algunos están de acuerdo o no con la desigualdad, es lo de menos, pues lo importante es que sea cual sea su posición, sigan subsidiando la jerarquía.
Los militares que hicieron sus viajes para conquistar pueblos que nunca antes habían visto, no lo hicieron por voluntad divina, sino porque hubo unos altos jerarcas, unos reyes y amos que usaron el dinero que le solicitaban a la población para mantener al señorío jerarca, y con ese tesoro se pagaba lo necesario para las campañas militares.
Ahora, cuando se hace memoria de las guerras que la jerarquía ordenó llevar a cabo, todos apuntan a uno u otro personaje al que reconocen como el asesino, el genocida, el sometedor, pero casi nadie hace mención de que, quienes cometieron los crímenes, fueron enviados por la sociedad jerárquica, con los recursos del pueblo que los altos jerarcas invirtieron para el viaje, armamento y subsistencia de las tropas
¿Por qué será que esta sociedad ha evadido y ocultado tocar a la jerarquía como tema, pero en cambio señala a una que otra parte que dice despreciar de ésta, una de tantas, la parte bélica? ¿Es sólo la milicia lo más despreciable de la sociedad que mantiene a la jerarquía? Es sencillo saber por qué se han golpeado el pecho con todo pero nunca tocan a la jerarquía.
La sociedad presente es tan jerárquica como aquéllas que miramos como si fuera un penoso pasado que deseáramos evitar en la actualidad. Pero no es así porque ahora los altos jerarcas que se llaman presidentes, gobernantes y generales están usando, como hicieron los reyes, el dinero de los impuestos para pagar soldados, narcos o paramilitares para asesinar al propio pueblo. Hoy la sociedad se satisface con golpearse el pecho en el pasado y usar sus momentos y personajes para señalar los errores que según se dice, ya no volveremos a cometer.
Mientras esto se cacarea, los militares de hoy tienen las armas pagadas por la sociedad y el permiso para dispararlas tan bien como lo hicieron en aquella, ésta u otra jerarquía. La sociedad jerárquica se entera de cómo caen asesinados inocentes y culpables, seres humanos de todas formas, pero lo único que hace la sociedad jerárquica es perseguir espectros para laurearlos o condenarlos, y así nunca pensar algo que enfrente la jerarquía.
Para la sociedad jerárquica, enfrentar a la jerarquía sería en principio, de muy mala educación. Imaginen a unos pobres lacayos plebeyos diciéndoles a sus amos, que el dinero de los impuestos ya no será para pagarles sus millonarios salarios de gobernantes, presidentes, alcaldes, directores, secretarios, artistas y académicos. Imaginen a unos ignorantes envidiosos que no tienen cercanía con los altos jerarcas, ofendiendo con esas palabras a quienes sí tienen autoridad para decidir hacia dónde van los recursos y hacia dónde no.

Según la jerarquía, unos siervos tan groseros sólo merecen cárcel y muerte.


Antijerarquía

¿Por qué insisten en mentirse a sí mismos renegando de todo esto? ¿tan placenteros son sus privilegios que prefieren seguir parchando los abismos jerárquicos? Lo dudo mucho, como puede estudiarse en el libro El miedo a la libertad de donde se explica que las personas prefieren, por adiestramiento, seguir estando bajo un control ajeno, antes de tomar las riendas incluso hasta de su propia vida: siempre habrá algo o alguien que medie entre la persona y el mundo que le rodea, y hasta existen mediadores entre la persona y su situación como tal, negándose la capacidad de encontrarse y explicarse a sí misma. Tal es el mecanismo de un control “supremo” del cual las personas aceptan su intervención y autoridad plena sobre las piezas del juego.
Se comentó al principio, que muchas violencias producto de la sociedad jerárquica, son atacadas en forma separada para así lograr justicia o redención: se combate al monopolio, la corrupción, al sexismo, la discriminación, la pedofilia, el ecocidio y muchas situaciones más que de no haber quienes las atendieran, se mantendrían en mayor impunidad. Sin embargo, vemos que las situaciones de este tipo continúan dándose una y otra vez, por lo cual se tienen que seguir resolviendo una y otra vez, debido a una sencilla razón: todas estas violencias son producto de la sociedad jerárquica que se nutre con estos actos de unos sobre otros, siendo una jerarquía que todos siguen sosteniendo y defendiendo a sangre y fuego.
Es lo que puedo escribir al respecto desde México, muy sencillo de escribir, como ya se comentó, pero difícil de resolver. Primero habría de expulsarse este adiestramiento jerárquico de los cuerpos y mentes de gran parte de la sociedad, para luego llegar a tener la voluntad de expulsar cualquier forma de sistema jerárquico sustentándose en la humanidad y el mundo. Aunque también, seguir este tipo de "procesos" no es algo que siempre suceda tal cual, quizá sea más factible expulsar definitivamente el adiestramiento al mismo tiempo que a la sociedad jerárquica, sin esperar ni matizar.


R. Camilo Solís Pacheco
diciembre 2016



En la imagen, si bien se ilustra sobre la predominancia-importancia del dinero sobre las personas, en el caso de este ensayo en realidad nos ilustra sobre cómo funciona un sistema basado en jerarquías. Si cambiamos al dinero como cúspide de esta pirámide y en su lugar colocamos, por ejemplo, al dogmatismo, la ciencia o el arte, la distribución de niveles y posiciones siempre sería siendo jerárquica.


1 comentario:

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